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Archive for the ‘Cuentos y Relatos sufíes para pensar’ Category

En el nombre de Dios. El Clemente. El Misericordioso.
Traemos hoy a vuestra sabia consideración, una historia que nos llegó en forma de hoja de papel empujada por la brisa del viento; durante días estuvo colgada de unos arbustos que decoran la entrada de nuestro caravasar sin que nadie se dignara a recoger aquel manuscrito que nos venía regalado por el destino, hasta que una mañana, uno de nuestros aprendices con ánimo de limpiar el lugar, agarró el papel para arrojarlo a la basura, pero, al observar que estaba caligrafiado en una letra preciosa y movido por la curiosidad, quiso echar un vistazo para leer el contenido del mismo, admirado por su descubrimiento, se acercó a nosotros con una sonrisa y nos lo dio a leer. Nuestro asombro fue mayúsculo cuando pudimos ver con nuestros propios ojos el mensaje de sabiduría que aquel escrito nos regalaba. Por lo que sin más dilación pasamos a transcribiros el contenido del mensaje…
“Cuentan que murió un afamado sufí y al presentarse ante las puertas del firmamento y encontrarlas cerradas y guardadas por un Ángel bellísimo que nada más verlo le preguntó su nombre. El sufí decidió que mostrar las obras que había llevado a cabo cuando estaba en vida sería la mejor presentación que podía ejecutar ante el Ángel guardián, y, ni corto ni perezoso puso en práctica todo el repertorio que era capaz de representar, sopló fuego desde su boca, hizo que múltiples cosas aparecieran y desaparecieran, inmediatamente hizo que se materializaran toda una multitud de discípulos, más de cien mil, de cuando estaba en su vida terrenal. Finalmente para impresionar definitivamente al Ángel guardián de las puertas del cielo, hizo un tipo de prodigio reservado para convencer a la gente de la Tierra de sus facultades sagradas.
– Muy interesante – dijo el Ángel – te abriré las puertas del cielo; pero… no creo mi querido amigo que te vaya a gustar estar ahí dentro…”
Un fuerte abrazo desde Eneadanza: Las Danzas Sufíes para el Cambio.

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En el nombre de Dios. El Clemente. El Misericordioso.
Mi muy estimados amigos, hace algún tiempo que deseamos compartir con vosotros una historia que nos llegó, como habitualmente ya conocéis, de manos de unos de nuestros visitantes, recordamos que fue la primavera pasada y que su conversación era fluida y amable, su voz entonaba de manera cautivadora con un timbre grave y pausado, y, que hacía que todos aquellos que escuchábamos su relato no nos perdiéramos ni uno solo de sus vocablos…
Resulta que hace ya algún tiempo que un murid, alumno de un sheij en una escuela sufí, asistía a las lecciones de su maestro de forma que no se perdía ni una de sus lecciones, pero pese a ello jamás se había preocupado en formular ninguna pregunta y tampoco mostraba inquietud alguna respecto a las enseñanzas que se impartían en la tarika, por lo que el sheij le convocó a una charla privada preocupado por lo que parecía una falta de interés por parte de aquel discípulo.
– Mi querido murid, deseo que sepas que eres un ser muy importante dentro de nuestra escuela, el hecho de que estés aprendiendo no quiere decir que no tengas dudas y preguntas que hacer, sabes que he propuesto ejercicios constantemente, y he podido percibir con el tiempo, que las enseñanzas que he ido desgranando a lo largo de estos últimos años no parecen haber causado ningún cambio en ti, y, ese hecho me tiene muy preocupado – le dijo el shiej.
– Me alegra que se haya dado cuenta, por fin – le dijo el murid – ¡Porque desde hace un tiempo, tengo la terrible sensación que usted, maestro, no le está poniendo el suficiente interés…!
Muchas gracias, y un fuerte abrazo desde Eneadanza: Las Danzas Sufíes para el Cambio.

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En el nombre de Dios. El Clemente. El Misericordioso.
Uno de nuestros sabios visitantes nos contó que a lo largo de los años en que regresaba a nuestro humilde refugio, su viaje hasta llegar a nosotros, había sido una aventura apasionante, no solo por los parajes que recorría para hacer un alto en el camino cuando llegaba a nuestro caravasar, sino que no había otra posada en muchas leguas, por lo que era necesario acumular experiencia para así ir acostumbrándose a que el camino aún pareciendo el mismo, continuamente nos sorprende por las múltiples visicitudes que se pueden vivir en él. Y al respecto de todo esto, nos contó la siguiente historia:
“Sucedió hace algún tiempo que un hombre fue a buscar al imán Nasrudín a la aldea que alguien le había indicado como residencia habitual del mulá. Una vez que hubo llegado al lugar, preguntó a uno de los vecinos a donde se tenía que dirigir para encontrarse con aquel de quien todos hablaban maravillas y no paraban. El hombre miró con estupor al forastero e intuyendo que a quien buscaba era a su vecino, le mostró el camino adecuado advirtiéndole que se armara de paciencia porque el imán Nasrudín podía pasarse días junto al rio meditando y en su ensimismamiento era probable que se hubiera olvidado regresar a casa. El forastero le dio las gracias y acto seguido se llegó hasta la vivienda que le habían indicado y golpeó fuertemente la aldaba. Cual no fue su sorpresa cuando la puerta se abrió y ahí mismo estaba el mulá en persona impecablemente vestido.
– Quien eres y que deseas forastero.
– – Oh, gran sabio, he llegado de muy lejos para hacerle una pregunta muy importante para mí y para todo aquel que busca la iluminación.
Nasrudín contempló al hombre durante unos minutos, se frotó las manos, se quitó una mota imaginaria de polvo del turbante, se acarició la barba e hizo pasar al interior de la casa al forastero, con gran ceremonia y pompa le invitó a que tomara asiento sobre unos cojines al tiempo que carraspeando le dijo:
– El secreto de la iluminación consiste en no equivocarse nunca.
– ¡Ah! – dijo el hombre – así que era eso y… ¿Cómo he de hacer para no equivocarme?
– Con la herramienta más importante que posee el ser humano: La experiencia.
– Y, ¿Cómo se obtiene dicha experiencia, amado maestro?
– Muy fácil: ¡Equivocándose!

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En el nombre de Dios. El Clemente. El Misericordioso.

Por nuestro caravasar pasan constantemente personas que nos honran con su presencia y hacen que su paso por nuestra casa sea motivo de recuerdo constante por las historias que nos cuentan, no solo a nosotros sus humildes servidores, sino a todos aquellos que en esos momentos tienen el placer de compartir su tiempo en agradable compañía, y, una de esas historias, alabado sea Dios, deseamos compartir con todos vosotros, aquellos que de alguna manera os acercáis a nuestra posada para beber y disfrutar como nosotros de esos relatos. Pasamos pues sin más dilación a hablaros de cierta noche en calma, de temperatura deliciosa y de corazones rebosantes de felicidad por el buen vino de nuestras bodegas que acompañaba unas deliciosas percas adobadas que días antes habíamos pescado en los márgenes del río que riega las riberas de nuestras huertas y en sus orillas refrescamos los rigores del verano, pues, como os decíamos, uno de nuestros huéspedes se arrancó con el siguiente relato:
“Mis queridos amigos: deseo transmitiros una historia que se la escuché a un temible mogol en una noche espantosa donde nadie se atrevía a caminar más allá de la puerta de entrada. Resulta que cierto día un hombre murió y a las puertas del cielo, fue recibido por un ángel que le dijo:
– Durante tu vida has elegido tu propio destino, ¿te gustaría ver el cielo y el infierno y decidir como cuando estabas en vida, donde prefieres pasar el resto de la eternidad? Fíjate amigo mío ¡el resto de la eternidad!
– Sí, sin dudarlo sí, tengo curiosidad por lo que hay detrás de esas puertas.
Sin dejar pasar un instante, el ángel abrió un portón en cuyo frontis se podía leer “INFIERNO”. El hombre se quedó estupefacto, dentro pudo ver a gentes que danzaban alegremente mientras otros tocaban tambores, corría el alcohol y fumaban algo que le era tan familiar que juraría que se parecía a cierta yerba que él había catado estando en vida, hombres y mujeres flirteaban, los demonios reían y jugaban a su vez con los espíritus, parecía que todo era actividad y alegría. Asombrado por su descubrimiento miró al ángel con asombro al tiempo que le pedía que abriera la siguiente puerta, y, el ángel no se hizo esperar y abrió el pórtico que se llamaba “CIELO”. En su interior pudo ver a mucha gente sonriente, que, sentados confortablemente sobre praderas interminables donde corrían ríos de agua fresca y se resguardaban a la sombra de grandes y frondosos árboles, parecían felices, no obstante, le dio la sensación de frialdad. Sin apenas pensar en su elección le dijo al ángel:
– Llévame al primer lugar, no deseo permanecer sentado el resto de la eternidad…
Regresaron a la primera puerta y una vez ante ella el ángel la abrió. Inmediatamente fue ensartado en una horca y arrojado a las profundidades del infierno, rodeado de llamas y dolor, gritos de espanto y desesperación por los latigazos y las maldades de los demonios encargados del infierno. Nuestro hombre, dolorido y sin resuello, pudo ponerse en pie y deteniendo a un demonio que pasaba junto a él le espetó:
– No hace ni una hora yo visité este lugar y era todo alegría y felicidad, la gente no paraba de bailar, todo era distinto a esto, ¿me lo puedes explicar por favor?
El demonio se dirigió al hombre con una sonrisa burlona al tiempo que le decía:
– Ah, claro, tú eres el de la visita guiada… ¡¡¡Llegaste a la hora de la publicidad!!!
Un abrazo desde Eneadanza: Las Danzas Sufíes para el Cambio.

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OREJAS
En el nombre de Dios. El Clemente. El Misericordioso.
Lo sorprendente de nuestras historias es su desenlace. Son relatos que nos llenan de sabiduría al reflexionar sobre ellos, y, hacen que nos preguntemos a veces, como en esta ocasión, si las respuestas a nuestras inquietudes tienen soluciones tan sencillas, lógicamente sin que la propuesta que nos hace nuestro entrañable maestro el Imán Nasrudín, sea secundada por nadie en cuanto a la violencia que implica “dejar sin orejas a alguien” pero, sí, el que hagamos oídos sordos a todas aquellas cuestiones que nos llegan no importa de dónde y que les damos difusión sin reparar en las consecuencias que eso conlleva.
Esta historia como os podéis suponer, queridos y respetados lectores, nos la contó un amigo viajero que repetía hospedaje en nuestra humilde posada, la que acoge a cualquier persona, no importa su raza o religión, lo que nos interesa es que comparta nuestro pan, que se lleve un buen recuerdo y que nos deje algún regalo en forma de historia que ayude a quitarnos el velo de la ignorancia.
Pasemos pues, a escuchar atentamente este corto relato, mientras los pájaros se retiran al atardecer, los hombres retornan a sus hogares después de una dura jornada en el campo y los corazones se abren a la luz de la lumbre después de saborear un buen plato de comida. Pero… guardemos silencio tan solo unos instantes y escuchemos con atención…
“Fue durante un encuentro con el imán Nasrudín, cuando un Juez le requirió para que le ayudara a resolver un problema legal realmente difícil.
– ¿Cómo crees que debería castigar a un difamador denunciado por uno de sus vecinos?
– Muy sencillo mi querido amigo – contestó Nasrudín – Cortando las orejas a todos aquellos que escuchan sus mentiras…
Muchas gracias a todos por vuestra amable atención.
Un fuerte abrazo desde:
Eneadanza: Las Danzas Sufíes para el Cambio.

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En el nombre de Dios. El Clemente. El Misericordioso.

No sabemos si es verdad o es mentira, el caso es que, cuando comenzaba a relatarse esta historia se nos llenó el corazón de tristeza, de melancolía, solo al final cuando intuíamos la sorpresa del desenlace, se nos alegró el corazón…
Cuentan que un atardecer, un caminante llegó a una Zaüia sufí y pidió a los hermanos que le cobijaran, éstos acogieron al caminante con alegría y, haciendo gala de su hospitalidad, le ofrecieron una de las mejores habitaciones del lugar, le mostraron el hammam y le proveyeron de todo aquello que necesitaba para el baño, acto seguido y, una vez acabado su aseo personal y vestido con ropas limpias, le condujeron hasta la sala donde compartían la comida y le sentaron en un lugar de privilegio, no preguntaron su procedencia no indagaron sobre su linaje ni curiosearon sobre el motivo de su viaje, compartieron los alimentos y, una vez hubieron saciado el hambre propia y la ajena, esperaron a que su invitado comenzara la conversación, el hombre estaba absorto contemplando una llama que ardía sin cesar en el centro de la estancia, al cabo de un tiempo, preguntó por el significado de aquel pequeño fuego.
– Esa llama, estimado amigo, lleva ardiendo durante más de mil años, mucho antes que se construyera este edificio ya resplandecía en mitad de la nada, cuando la descubrimos, fue tanto nuestro asombro como el que muestras tú en estos momentos.
– ¿Queréis decir que construisteis este lugar sin que la llama se apagara?
– Si, así fue, día a día y con mucho esfuerzo fuimos levantando piedra a piedra todo lo que ves a tu alrededor, cuidando cada paso que dábamos para que la llama no padeciera ningún tipo de agresión.
– Habéis hecho todo este trabajo para custodiar este fuego que ya ardía sin cesar en mitad de la nada sin que nadie lo protegiera.
– Si, así es, junto a ella nos sentimos seguros, y, a pesar de su pequeñez, calienta todo el edificio. Los pocos libros que tenemos, los leemos alumbrados por su resplandor. Labramos nuestro huerto y tejemos nuestros vestidos con la lana de las ovejas que pastan en los campos cercanos y, en esta reclusión vivimos felices sin pedirle nada más a la vida.
– ¿Saben las gentes de vuestra existencia? ¿dais parte de esta abundancia a las personas que viven próximos a este maravilloso lugar? ¿compartís con generosidad vuestros conocimientos? ¿Salís alguna vez de este recinto para descubrir la sonrisa de un niño, los encantos de una bella mujer, o el sabor de una buena copa de vino?
– No, el pueblo más cercano está muy lejos de aquí, y, rara vez, como en esta ocasión, alguien llama a nuestra puerta. Por otra parte, bendecido hermano nuestro, alabamos a Dios por concedernos todos estos dones.
– Es decir, ¿tenéis de todo, y, la causa por la que no os arriesgáis más allá de estos muros es la custodia de esta llama?
– Así es, estimado hermano.
– ¿Podríais decirme, amados hermanos, que ocurriría si en algún momento se apagara la llama?
– Sería terrible, no sabríamos que hacer, creemos que si desapareciera no volvería a encenderse y todo nuestro apreciado mundo desaparecería.
– ¿Estáis seguros de ello?
Y, sin esperar respuesta, el caminante se dirigió hasta el centro de la estancia donde llameaba el pequeño fuego, se agachó y de un soplo lo apagó…
Angel Lafuente Laarbi – Rommani.

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Es bien sabido que cuando alguien nos cuenta una historia, no solamente le invitamos a que regrese junto a nosotros lo antes posible, sino que agradecemos sinceramente que comparta nuestro pan y nuestra mesa y que se sienta cómodo en nuestra humilde posada, donde el caminante no solo sacia su sed y repara su cansancio sino que se lleva el recuerdo indeleble de nuestra amistad. Y… esta historia nos hizo sonreír y sonrojarnos al mismo tiempo porque…
Resulta que nuestro amado y sapientísimo imán Nasrudín se encontraba en grata conversación con uno de sus vecinos cuando de repente este le preguntó.
– Estimado amigo ¿Has pensado alguna vez en casarte?
– Si, hace ya tiempo que pensé en hacerlo – le contestó el sapientísimo imán -. Cuando era joven, un día, después de mucho reflexionar, decidí que no me casaría hasta encontrar a la mujer ideal. Caminé muchísimo, no me pararon ni bosques ni desiertos, fue en Bagdad donde encontré a una mujer muy hermosa, dulce como la miel y espiritual como un angel, pero, desgraciadamente no sabía nada de las cosas de este mundo. Apesadumbrado, continué mi viaje hasta llegar a Damasco, allí conocí a una mujer que no solamente conocía las cosas de este mundo y del espíritu sino que además era una magnífica cocinera, pero, para mi desgracia no era hermosa. Fue cuando me di cuenta que debía viajar hasta Samarcanda para ver si por fin mis deseos se veían cumplidos. Una vez en esa ciudad, tuve la ocasión de cenar en casa de una bellísima mujer, muy religiosa, magnífica cocinera, y conocedora de las cosas de este mundo. Pero, me rechazó al proponerle matrimonio.
– ¿Qué tipo de fatalidad sucedió, para que esa excelsa mujer te rechazara?
– Muy, sencillo – respondió el mulah Nasrudín – ella a su vez estaba buscando al hombre ideal.
Muchas gracias por vuestra atención.
Un abrazo desde Eneadanza: Las Danzas Sufíes para el Cambio.

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¡ATENCION CON EL EGO!
Vamos a contaros una historia que nos acaba de transmitir un caminante anónimo que ayer mismo durmió en nuestra humilde posada. Mientras que afuera el viento silbaba, la nieve iba acumulándose en la puerta, y a lo lejos el aullido de los lobos helaba el corazón a los más rezagados. Rodeábamos al narrador con expectación al tiempo que iba desgranando palabra tras palabra el siguiente relato:
– Cuentan que una vez, un filósofo deseaba discutir de filosofía con el Imán Nasrudín a lo que concertó una cita con él. El día señalado para el encuentro, el filósofo se dirigió a la casa de Nasrudín y, cual no fue su sorpresa al ver que no había nadie. El filósofo se enfureció tanto, que tomó un trozo de papel y escribió en el mismo: “Estúpido, idiota” clavó la nota en la puerta y regresó a su hogar. Cuando Nasrudín regresó a su casa, vio la nota y leyó el mensaje que le había escrito el filósofo, sin pensar un momento, corrió hacia la morada de aquel para pedirle disculpas por su comportamiento.
– Lo siento – le dijo – me había olvidado completamente de la cita que habíamos acordado, pero, cuando vi tu nombre escrito en la puerta, de repente me acordé y por eso he venido a excusarme.
Cómo nos lo contó aquel caminante, aquella fría noche de invierno os la hacemos llegar.
Un abrazo desde Eneadanza: Lad Danzas sufíes para el cambio.

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PRIMERO VACIARSE…
En el nombre de Dios. El Clemente. El Misericordioso.
Os traemos hoy una historia que nos habla de los sutiles caminos que nos llevan al conocimiento, como superar las pruebas ¿De qué forma vamos a adentrarnos por los vericuetos del saber si no estamos dispuestos a llevar a cabo ningún esfuerzo? En una sociedad tan narcisista como en la que vivimos y en donde la desconexión con el yo interno es tan patente, donde nunca hemos estado tan alejados de nosotros mismos cómo en estos momentos y, donde nuestra arrogancia, lo arrasa todo, somos incapaces de hacer un mínimo esfuerzo para encaminarnos al encuentro de nosotros mismos.
“Un día un novicio se presentó para recibir las enseñanzas de un maestro sufí. Según la tradición de aquella tarika le recibió el discípulo más avanzado, que, a la pretensión del buscador le dijo:
– Primero tendrás que hallar la respuesta a una pregunta, si lo consigues, el maestro te aceptará como alumno dentro de tres años.
La pregunta le fue presentada y el alumno se esforzó hasta que hubo encontrado la respuesta. De nuevo en la tarika, y con la solución escrita, el discípulo avanzado llevó la respuesta al maestro y volvió con el siguiente mensaje:
– Tu respuesta es correcta. Ahora puedes marcharte y esperar que pasen mil y un días. Solo entonces, podrás volver aquí para recibir la Enseñanza.
El novicio no cabía en sí de la alegría, tras mostrar su agradecimiento al mensajero, preguntó:
– ¿Qué habría ocurrido si no hubiera encontrado la respuesta correcta?

– ¡Ah, en ese caso, te habría admitido al instante!

Os deseamos a todos un próspero y feliz año 2.010, que Dios os bendiga y os encamine hacia vuestra búsqueda para que podáis superar todos los obstáculos que halléis en vuestro camino.
Un fuerte abrazo desde Eneadanza: Las Danzas Sufíes para el Cambio.

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LA IMITACION IGNORANTE
En el nombre de Dios. El Clemente. El Misericordioso
Deseamos contarte esta pequeña historia, no para darte ninguna lección, ni tan siquiera mostrarte un camino, nuestro amable y sabio lector. Solo deseamos ser notarios de un hecho que nos causó asombro al escucharlo y, tal como lo recibimos, te lo hacemos llegar, solo te pedimos con humildad, que, por favor, prestes atención:
“Una vez un hombre que paseaba por el bosque, vio a un zorro inválido que a pesar de sus limitaciones, observó su robustez y aquel buen hombre se preguntó cómo haría ese animal para estar tan bien alimentado. Decidió pues, seguirlo y después de estar casi un día al acecho, descubrió que con mucha dificultad se había instalado en un lugar donde solía ir un león a devorar a sus presas. Cuando el león acababa de comer, se alejaba y, entonces, el zorro se acercaba a los despojos y se alimentaba a placer.
El hombre se dijo:
– Deseo que el destino me ofrezca el alimento de igual manera.
Dicho y hecho, se marchó a un pueblo y se sentó en una calle cualquiera a esperar. Pasó el tiempo y no sucedió nada, excepto que conforme iba pasando el tiempo, estaba más hambriento y débil. Sucedió que, cuando había llegado al límite de la extenuación, escuchó una voz interior que le dijo:
– ¿Por qué quieres ser como un zorro que busca la manera de beneficiarse de otros?, ¿Por qué no ser como un león que busca su propio alimento?
Un abrazo muy fuerte desde: Eneadanza. Las Danzas Sufíes para el Cambio.

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