En el nombre de Dios. El Clemente. El Misericordioso.
Uno de nuestros sabios visitantes nos contó que a lo largo de los años en que regresaba a nuestro humilde refugio, su viaje hasta llegar a nosotros, había sido una aventura apasionante, no solo por los parajes que recorría para hacer un alto en el camino cuando llegaba a nuestro caravasar, sino que no había otra posada en muchas leguas, por lo que era necesario acumular experiencia para así ir acostumbrándose a que el camino aún pareciendo el mismo, continuamente nos sorprende por las múltiples visicitudes que se pueden vivir en él. Y al respecto de todo esto, nos contó la siguiente historia:
“Sucedió hace algún tiempo que un hombre fue a buscar al imán Nasrudín a la aldea que alguien le había indicado como residencia habitual del mulá. Una vez que hubo llegado al lugar, preguntó a uno de los vecinos a donde se tenía que dirigir para encontrarse con aquel de quien todos hablaban maravillas y no paraban. El hombre miró con estupor al forastero e intuyendo que a quien buscaba era a su vecino, le mostró el camino adecuado advirtiéndole que se armara de paciencia porque el imán Nasrudín podía pasarse días junto al rio meditando y en su ensimismamiento era probable que se hubiera olvidado regresar a casa. El forastero le dio las gracias y acto seguido se llegó hasta la vivienda que le habían indicado y golpeó fuertemente la aldaba. Cual no fue su sorpresa cuando la puerta se abrió y ahí mismo estaba el mulá en persona impecablemente vestido.
– Quien eres y que deseas forastero.
– – Oh, gran sabio, he llegado de muy lejos para hacerle una pregunta muy importante para mí y para todo aquel que busca la iluminación.
Nasrudín contempló al hombre durante unos minutos, se frotó las manos, se quitó una mota imaginaria de polvo del turbante, se acarició la barba e hizo pasar al interior de la casa al forastero, con gran ceremonia y pompa le invitó a que tomara asiento sobre unos cojines al tiempo que carraspeando le dijo:
– El secreto de la iluminación consiste en no equivocarse nunca.
– ¡Ah! – dijo el hombre – así que era eso y… ¿Cómo he de hacer para no equivocarme?
– Con la herramienta más importante que posee el ser humano: La experiencia.
– Y, ¿Cómo se obtiene dicha experiencia, amado maestro?
– Muy fácil: ¡Equivocándose!
EVOLUCIONAR
enero 27, 2011 por eneadanza
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